Una de mis primeras experiencias en Madrid hace muchos años (cuando ir allí con los amigos, era emprender un viaje digno de ser narrado por Kapucinski), fue en la calle de Preciados, allí estar viendo y algún amigo hasta participando en las timbas callejeras, donde un trilero con tres cubiletes y un garbanzo jugaba con bastante de tus sentidos para hacerte creer que habías visto la correcta posición de dicho insuficiente alimento, o que incluso habías oído su introducción en uno determinado cubículo y habías olido el sudor frío que delataba a aquel mentiroso empedernido enfrentándose a jóvenes honrados como podíamos ser nosotros.
Tengo oído que estas personas fueron, poco a poco, perseguidos y agobiados de tal manera que pudiera darse a entender que estas personas se fueron extinguiendo y que poco a poco conseguimos ser unas personas más honradas. Con el paso de los años, siempre me ha parecido que eso no era así, que esos seres callejeros estarían siempre o entre presidentes de clubes ansiosos de protagonismo que poseían cromos para intercambiar con políticos, también ansiosos y necesitados de futuro
O entre poderosos banqueros y sus necesarios colaboradores beneficiarios de pequeñas recompensas.
Por cierto, en el tema que nos ocupa, los trileros, también encontrábamos fuera de los focos de los primeros actores, los ganchos, seres que participaban también como jugadores-perdedores que, hábilmente, convencerían a mis amigos de que ganar era posible; hasta que tras cuatro o cinco intentos fallidos nos hicieron todo más vivamente comprensible.
O porque no, estarían y seguirían también, entre los políticos-ganchos que nos hacen creer que son los grandes los que van a pagar más en la sanidad pública, cuando en realidad esos seres buscarán cobijo con ese dinero no pagado en una sanidad privada selectiva y dejarán hundir una sanidad pública de calidad. La pregunta es, si ellos son los ganchos ¿quienes serán los focos?. Oportunos anuncios de asépticas aseguradoras o poderosas carteles que ofrecerán atenciones únicas en paraísos impolutos, llegarán hasta nuestro curiosos oídos, insatisfechos por no vivir lo soñado.
O porque no, no lejos les encontraremos entre otros políticos-ganchos que abren la enseñanza a la explotación comercial, metiendo un mayor número de alumnos por clase o seleccionando alumnos ante una constitución que proclama que todos los españoles tenemos derecho a tener las mismas oportunidad y que, además, somos iguales ante la ley.
¿Quienes son sus focos? Bondadosos asociaciones, a veces cercanas al sectarismo, que nos hacen sentirnos únicos cuando hemos apartado de nosotros al diferente. Me ilustra esta reflexión cuando leo en un pequeño titular, no suficientemente profundizado, la afirmación dicha por alguien, que a la llegada a América no sólo les guiaba el afán por el oro, también enseñar la fe. ¿sería ahora lo mismo? si al negocio, ¿hay pedagogía en meter ya actualmente en esos colegios a 35 alumnos por clase?, le podemos meter religión, ¿llegar al más alto espíritu donde ha habido selección? para lograr las más altas metas.
No, ¡que dejen de hacer malabares con posibles mágicos logros!. ¡Qué paguen sus impuestos quienes no lo hacen!, ¡Qué rechacemos al fullero, farandulero!; ya sea que somos nosotros y entre los que nos rodean.
Dice Iñaki Gabilondo, hoy, que por la crisis estos políticos dominadores actuales, justifican todos los malabares con sus innumerables cubiletes y garbanzos, pero o necesitamos saber lo que quieren o los que lo intuimos, esta vez no nos quedaremos esperando a que nuestros amigos descubran al trilero; le buscaremos y querremos hacerles reflexionar sobre lo conveniente de ser uno mismo, sólo eso, en nuestra propia conciencia, nos puede hacer más nosotros
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