Había visto unos números que le recordaban algunos de los mejores momentos que había vivido; quiso que el tiempo se parará ahí, siguiendo un sabio consejo podía ir de la cama al sofá y regresar a la primera tras un breve esfuerzo, eso sí, después de haber disfrutado una barbaridad en su estancia en cada una de ellas.
Eran momentos donde la bicicrítica de este próximo miércoles, a la que acudiría, la carrera, en la que ya estaba inscrito, se le hacía un mundo lejano y pesado.
Por lo tanto, esa tarde visionando aquellos números enfrentados, y repetidos, tomo una cerveza, cogió un capítulo del Ulysses que nunca había entendido y se dispuso a viajar, no desde la mente de aquel ser tan rico en matices; tan sólo tomando en su espalda el pequeño saco de sus viajes a través de las primarias vivencias; desde allí se situó en aquella lejana tarde, donde llegando a una piedra, ninfas vestían su desnudez con la esmeralda transparencia de un agua sin abrasar por la codicia.
Llegada aquella época, abrazar el romero, súblime gregario de jugosas mieles, impregnados los olores en sus manos codiciosas, pequeña fronteras visitadas a ambos tálamos insaciables, de sábanas abiertas.
Soño que aquella tarde se eternizarían los estállidos; cuando el día volvió, yacía somnoliento, vencido sabedor que sólo, los poderosos habían conseguido eternizar su desvergüenza, ante la pasividad en los sueños minutados
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