domingo, septiembre 15, 2013

Hannah Arendt y los traductores afganos

La magia de cine siempre me atrapa, quizás porque por desgracia, no acudo a él con la frecuencia que quiero y necesito; probablemente más cierto, porque abre puertas a comprender el mundo en el que mundo.

Ayer vi la película  Hannah Arendt. Podía haber forzado y contaminado su visión con la glotonería de ver otra película o de enfrascarme en una lectura; pero me atrapo el pensamiento sobre aquella filósofa y lo que había podido intuir en esa película de todo su pensamiento y su larga bibliografía.

Arremolinadas en la coctelera de mi cabeza, surgían dos ideas básicas:

          - Cuando asiste al juicio, en Israel, del criminal nazi Einchman no acude como representante de los "valores universales" de un pueblo, sino como persona que trata de entender a un ser humano que en un momento de su vida ha aceptado realizar esos horrendos crimenes porque ha dejado de pensar y por lo tanto admite que esas son las normas que rigen en la sociedad y por lo tanto, las buenas. ¿Podríamos trasladarlo eso a nuestros días?.

  Escuchando hoy una tertulia de activistas sociales, se hablaba del miedo que tratan de imponer los poderosos, de la desmovilización social, para admitir un pensamiento dirigido o bien por radios o por televisiones (Maruja, activadora social en Barcelona) clama porque estos cuartos poderes les hagan visibles, consciente de como actúan las personas. Por desgracia, los grandes timadores sociales y sus esbirros, (polémica idea que defiende Arendt ante la sociedad judía: hubo gente de entre ellos que favoreció que el nazismo consiguieran derribar barreras que no hubieran sido posible con un activismo en contrar de algunos representantes) saben del valor de la televisión y radio y los han intervenido, tomado.

Derecho, capacidad, tiempo, necesidad de Pensar, que nadie elaboré lo que tengo que ser, de quien tengo que aceptar sus guías.

          - Cuando es rechazada por su amado Kurt, ciudadano alemán que se ha trasladado a vivir a la nueva Israel, por el análisis que ha hecho de ese ser juzgado, le dice que ella cree en las personas, en los amigos y no en el pueblo. Y en el momento de oírlo, ahora también, me viene a la cabeza lo pasado está semana. Al pensar como pienso, no muy lejos de como podía pensar un maestro republicano, que fue asesinado por la sola acción de ayudar a pensar a seres humanos; los que callan, miran hacía un sólo lado, y admiten esos crimenes (no ayudan a hacerles visibles) ¿me consideran parte de su pueblo?. Caminar por las mismas avenidas, compartir los aires contaminados, es el concepto de pueblo que debo aceptar, para luego someterme a los dictamenes de sus normas interesadas?.
 A este respecto escribe Coral, un artículo Coral Bravo y laicidad
donde se hace eco de una palabras del ministro francés de educación:  "nunca se ha podido y nunca se podrá construir un país de libertad con la religión católica”. ¿Cuando quieren tomar el control de la enseñanza, me consideran parte de ese mitológico pueblo, por poner en duda su falsa libertad?

Oigo que los que salvaron cientos de vidas "españolas" en Afganistan, traductores de aquel país, están siendo obviados por nuestro abierto pueblo, considerándoles pagados por el dinero recibido; olvidando la sociedad en la que viven y a la que estos afganos ayudaron a comprender a los españoles para sobrevivir. Un estado que dice respetar la vida, ¿puede esconderse entre la miseria, mientras otros países que estuvieron allí, consideran a estos traductores y les agradecen por las miles de vidas salvadas de entre los habitantes de sus naciones?

Pueblo, ser humano, ser pensante, ser único, para buscar puntos de unión con seres con los que comparte espacios, hechos, sueños, vidas.



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