martes, febrero 04, 2020

Sin Cuerda, un rayo a la luna


Vaya, no sé quién me arrancaría de aquel bancal. Me había acostumbrado a aquel desfile de personalidades. En su momento, cuando vino a ver a José Luis, luego Marilyn se acercó a verme a mí. ¡Qué quieren que les diga!, me hice tantas ilusiones. Acercaba su cuerpo cimbreante y con sus labios carnosos marcaba cada uno de mis carrillos y de mi nuca. Eso era un sin vivir; aún no había salido más que la cabeza, pero esta y el corazón removían las tierras reclamando aguas y sí, me relajaba, y mucho, pero cuando llegaban las sirenas, cuando llegaban las sirenas. Aquello era una bacanal, nuestras mitades del cuerpo encontraron todas las zonas erógenas que llenaban nuestro universo de placer.
Ella, no duró mucho, era inquieta, cambiante, me dijo que le ofrecía una visión muy parcial del mundo. Yo, que besé bajo aquel chopo, el amor.
Pasó el tiempo y Ramón durante un tiempo también estuvo hecho un Lobo, Sharon también se recreó durante un tiempo con mi cabeza y mi torso, tiersos a la vez que tierno, en su brote. Parecía que seriamos en uno para el otro, lo nuestro duro más de lo que dura un café “on the rock”, pero empezar a salirme piernas y empezarla a hablar de mis sueños de recorrer el mundo. Ella no era de esas, quería tranquilidad y sexo. Yo, también lo segundo y por no tener lo primero me dijo que perdería con rapidez mi fuerza viril. Claro, acertó, y ahí estoy. Años después, buscándola por si se pudiera recobrarla.
Así que, fuera quien fuera quien me sacara incólume de la tierra, los avatares de la vida, me situaron en una cama, en un viaje deportivo, tuve que compartirla. Y como había dicho mi maestro, prevaleció el respeto a lo de ser un hombre, pero claro, vacunado por esos hechos y otros eventos, pensé que se podía bromear con el canalla, pero ese, como el alterado padre de “la lengua de las mariposas”, tiene de luces lo que tiene de Faulkner y ahí anda, pavoneándose como estos tiempos, que da estrellas a las luciérnagas.
Me dio tiempo a hablar con el alcalde, pero él, con la autoridad impenitente de acompañante, me ha querido poner un pin, en la camisa; yo, recordando los besos que ellas me estamparon en mis entrañas, le dije: esto que usted me ofrece con su autoridad, es una mierda. Y él, que por lo visto me conocía más de lo que yo creía. Me ratifico, diciendo, o sea que usted piensa, que esto es una “puta mierda”. Sin decir nada me avine a viajar en el sidecar con la autoridad. Está, como las homilías del cura, no era de contingente, ni necesaria, pero, era vestirse de medusa y vaya cómo se las gastaba. A mi aquellos viajes me gustaban porque me dejaban tocar el pito; aunque, cansados me dijeran alguna vez, mira niño, yo había nacido mayor pero ellos no parecían percibirlo, como si el estar plantado no me hubiera dado madurez, deja de dar por culo. Yo, le dije, no señor, a mí las extranjeras  me trajeron armónicas. Las rosas de Oklahoma, nos den el algodón natural

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