sábado, febrero 22, 2020

Miguel Hernández, en la mirada

Si lo lees, escucho tu voz, entre el vértigo, tu esencia,
Madrid, habitante se único, para celebrar la vida
Clama juntando corazones y proclama al nacer el día
tus calles se crecieron sin rey, en la rebeldía nacida

"De entre las piedras, la encina y el haya,
de entre un follaje de hueso ligero
surte un acero que no se desmaya:
surte un acero.
Una ciudad dedicada a la brisa,
ante las malas pasiones despiertas
abre sus puertas como una sonrisa:
cierra sus puertas.
Un ansia verde y un odio dorado
arde en el seno de aquellas paredes.
Contra la sombra, la luz ha cerrado
todas sus redes.
Esta ciudad no se aplaca con fuego,
este laurel con rencor no se tala.
Este rosal sin ventura, este espliego
júbilo exhala.
Puerta cerrada, taberna encendida:
nadie encarcela sus libres licores.
Atravesada del hambre y la vida,
sigue en sus flores.
Niños igual que agujeros resecos,
hacen vibrar un calor de ira pura
junto a mujeres que son filos y ecos
hacia una hondura.
Lóbregos hombres, radiantes barrancos
con la amenaza de ser más profundos.
Entre sus dientes serenos y blancos
luchan dos mundos.
Una sonrisa que va esperanzada
desde el principio del alma a la boca,
pinta de rojo feliz tu fachada,
gran ciudad loca.
Esa sonrisa jamás anochece:
y es matutina con tanto heroísmo,
que en las tinieblas azulmente crece
como un abismo.
No han de saltarle lo triste y lo blando:
de labio a labio imponente y seguro
salta una loca guitarra clamando
por su futuro.
Desfallecer... Pero el toro es bastante.
Su corazón, sufrimiento, no agotas.
Y retrocede la luna menguante
de las derrotas.
Sólo te nutre tu vívida esencia.
Duermes al borde del hoyo y la espada.
Eres mi casa, Madrid: mi existencia,
¡qué atravesada!"

Miguel Hernández

Recorrias el frente para apaciguar el ansia del defensor de los sueños que brotaban entre hielos, hierros, espinas y espadas. Ofrece el canalla, que no ignorante, paz embrutecida por las cadenas y los golpes tramados por sus mentes directoras arpías.

A cambio, ahora, el asistente de gol, se sabes inmune, porque al hablar tronado desde la desvergüenza los asalariados mantean entre vitores porque sus partes se agranden. Sabes que bajo sus mantas se esconden las navajas en caso de que tus dudas dieran alas a verles desnudos de vergüenza y plenos de venganza.

Habla, torrente de incoherencias porque te aseguran tu trona, el corrupto, el conseguidor, las púrpuras parentales y receptores de los manantiales de las negras cañerias que  a los patriosos les llegan hasta los Alpes. Habla porque cuando alardeas de no parar de perorar es como la moto que te petardea para proclamarte tonto útil del año, por buscar los atascos en días de carreras y actos.

Fue, sin embargo Miguel, engendrador de besos en versos para los que se despiertan en la patria para verse humanos entre los sudores que te atraparán desde cada mañana.

Nacernos contemplando el romero, el agua liberada y el nogal que tras descansar, nos llama para su cuidado, no sólo por su fruto, también por el adorno con el que acaricia el paisaje.

Miguel Hernández, perduras por encima del nada



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