¿Existió Simplicius?, aquel payaso que nunca entendía nada. Qué no
comprendía como nos encerrábamos temerosos de mezclarnos con seres
diferentes, a los que por acción u omisión habíamos cambiado la vida.
Simplicius era quien miraba al poderoso, embobado, por la capacidad de
este, para encerrar a sus adoradores en las cárceles de sus "lenguas de
madera", "langue de bois".
¿Por qué había seres abducidos que constatando las burlas recibidas por parte de sus votados insisten en denigrarse como seres pensantes hablando de un Venezuela hispano, tan distópico como el fin de un disco duro utilizado como receptor de martillazos?
Era la patria, un viaje al universo con parada en la base VENE, lugar de aprovisionamiento de caZUELAs para no llegar a ningún lugar, si no entendemos la desvergüenza como un lugar físico.
Aguantamos abrazos de hermanos sobre nuestras espaldas de primos,
Asaltamos las riquezas de los paises, para vivirnos felices en nuestros cielos
Nos escondemos de la realidad, para que nos las muestren los asalariados sin escrúpulos, los canallas sin más patria que sus egoismos y no buscamos fuera de esos hechiceros, el puñal que nos clavan en nuestra incólume dignidad, a los que les entregamos nuestro voto en su urna, más bien fosa séptica.
¿No nos destroza nuestro cimiento saber que El País Supremo hacedor para nuestras insidias, ha sido el pagador con dinero negro de las campañas electorales de nuestro partido plaga?.
Siempre oscuro, agujero dantesco para el universo clamado pulcro: la sala para los martillazos, los dineros para publicitarnos dioses, los golpes de los compañeros del alma, las tramas patrióticas contra los ciudadanos.
Simplicius recibe al lento impulso de un respeto que se lo pierdo a si mismo, quien miente en su inmadurez. Él coge su nariz y pone la vista en el flequillo que lucha por mantenerse tieso, ante tanta bajeza; El payaso observa para comprenderse
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