Leyendo "Frankestein en Bagdad" de Ahmed Saadawi, me empiezo a tocar diferentes partes de mi cuerpo. Bien todo, bien, pero al encender el ordenador me doy cuenta que mis neuronas se están descomponiendo, durante mucho tiempo tomé una idea de aquí, otra allí, porque era simpático y hablaba muy bien aquel casquete polar, devenido en peluche en modo oso, pero no amoroso, sino en su criminal abrazo del susodicho. Ya, aquel día, en aquella cena me asaltó la admiración transformada en terror por el populismo que supuraba aquella verborreica cabeza parlante.
Durante mucho tiempo pensé que aquella otra brillante cabeza, soplando gracejos era lo mejor que nos había pasado en la pontificada transición.
Tantas y tantas fuerzas desbocadas para tracatear con los disparos desde sedes justicieras, pabellones abducidos y seguidores sonámbulos. Todo este mejunje había abierto la espita para que gases venenosos penetraran en el ambiente cotidiano y justificará nuestros orificios abiertos para que penetrará cualquier verdad absoluta a salvaguardar nuestro futuro. Y sin embargo, ahora, con un tiempo, quizás breve, pero de renacimiento a la conciencia de una participación ciudadana, me daba cuenta que aquellos hombres, con sus mentiras grandes, grandísimas, indecentes y por fin criminales, habían engendrado "un composite" que les hacía sentirse inmunes a los sufrimientos cotidianos. Hablaba como oráculos, cuando en realidad de su parte segunda, salían detritus que enmierdaban la convivencia ciudadana.
Locos de soberbía, amamantadores de cajas "B", ces y subsiguientes, porqueros alimentadores de adyectos disparadores de balas asesinas, magos encubridores de criminales acciones contra la población que les había votado, amaestradores de canallas capaces de hablar del oscuro Sol o de la noche más clarificadoras.
Ellos, ambos, eran sentados en mesas, para volver a ser desleales con sus adoradores, igual que el periódico que les reunía había terminado convertido en el colador roto por los intereses recibidos en sus cuentas, que tras haber intentado ser humano, por parte de algun ocasional efímero director, había sido destruido como ese mismo director narraba a un futuro de respeto al crédulo lector que le utilizaba como referencia en su ocasional conversación entre cigalas y sobresaltos.
Descompuesta cerviz que no podría ser regenerada más que por la toma de la conciencia ciudadana en su comprensión de la necesidad del encuentro mutuo para luchar contra estos contaminados excrementos, otrora presidentes, ahora propagadores de infiernos, cuando ellos fueron los creadores humanos con sus puertas abiertas a la desvergüenza y la manipulación.
Es tiempo, quizás duro, bellos si ante las neuronas nacionalistas, podridas en sus partes excluyentes, encontramos los motivos para unirnos en la defensa del derecho habitacional de todo ciudadano, de un salario digno que sea otorgado para sentirse parte la sociedad, de una sanidad universal que pagada con respeto por nuestros impuestos, no sea empujada a saciar a pechos para la opulencia a los que añoran y sirven tantos servidores públicos.
Encontré caida la neurona de la danza, pero allí estaba Clarence Clemons en los caminos de la tormenta, penetrando en mis huesos para que mi cuerpo le trazará homenaje de agradecimiento, incluso en mi cuerpo con articulaciones como anclas.
Por la música, en medio de la revolución contra "los señorones" que ya sólo se pertenecen a su opulenta miseria
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