viernes, agosto 09, 2019

Caminos, ¡no alimentéis a las bestias!

Nadie en una mañana que sangra incertidumbre, o en un medio día con torrentes de pobreza o en una tarde con truenos de traiciones, puede permanecer impasible intentando agarrarse a los brazos de un padre doblado por fertilizar el desierto, a las caderas de una madre que las bate para convertir las hierbas en un producto que sacie las carencias.

Entonces comprende, no un mundo saciado por las rapiñas consentidas por corruptos en lo inmediato, que su camino ha empezado o en la inmediata acción o en su preparación para llenar una carreta Tom Joab, a la cual dar dignidad a pesar de las ofertas de deshacerte agarrándote a asideros de azucar. Y sale para caminar por sendas infestadas de otras necesidades, vivas aunque indignas, por descampados, inseminados por bocanadas de supervivencia, por carreteras, aterradas por elefantísticas camionetas de Polifemos con ojo cubierto para el respeto.

Camina bajo soles cubiertos de CO2, entre luces que no iluminan sino que delatan, con velas que derriten sus ácidos en sus raidas zapatillas que soñaron ser deportivas.

En las orillas, barcas se ofrecen para ser balanceadas por angustias, zodiac se desinflan con los navajas de palabras mercadas por táhures.

Si ve un delfin, imagina un faro; si ve tierra, aún siente la sal tragada a bocanadas por si alguna esperanza.

Nunca esperará al cobarde que esconde paraisos fiscales; Nunca imaginará que el tratante de explosivos sea cubierto por los votos, cautivos cuatro años. Ni que el derecho al bienestar sea cimentado con rapiña permitida por élites monetorizadas.

Pero, la vida que ha debido desarraigar encuentra puertos de seres conscientes, de seres que tienen dos dioses, uno para adorar y otro, para anatemizar.

Y, nos degarra la historia de la joven Siria, que encontró en Berlin, un asidero destrozado por nuestros miedos y se ve atrapada para volver a su patria de minas, prefiriendo ella cavar su tumba; y luchamos por abrir pozos que manen vidas, entre nosotros, entre ellos, donde el amor de los tiempos compartidos crean lazos que abrazan los días sin guía. Rastrillos que ayudan a esto, manos con corazones que ofrecen sus frutos

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Siameses y mercader

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Zaida, Fernando y