domingo, octubre 30, 2011

sentado

Veo el cielo de una tarde verano, abajo extensiones de olivos, cereales,huertos, atravesados por sibilantes sendas, caminos, carreteras, seccionadas por rápidos bisturíes de coches que vagan; intento leer la quietud en los parques, los pasos por caminos para la salud, la carrera entre los sueños de los cotidianos encuentros, la velocidad en la búsqueda de los limites.

Aquí, sentado, en una piedra al borde del precipicio aéreo y del posesivo sueño de unos segundos, coronado en cuadro torres ancladas al cielo, me vuelvo para esperar, en esta propia llanura donde la exhausta maleza, atemperó sus deseos, en los estíos sietemesinos, la anunciada llegada de algo nuevo; me dicen que romperá las que creía que eran cadenas que me impedían volar hacía mis dos soñados precipicios. A lo lejos, oigo rasgar los sonidos de las ramas ad ventadas, de las batidas alas o exasperadas o poderosas, de animales que gritan en el fragor de la reproducción; me quiero levantar para descubrir el desafinador de mis melodías, miro el cielo abrigado por primaverales nubes, miro la paleta de los mil imaginados colores, quiero emprender mis pasos y ya, ya ha pasado majestuoso el tren, vestido de plata, diseñado para comer el aire con picos de pacíficos patos, exuberante porque se desliza por los caminos que ahora me atrapan en mis laberínticos pasos.

Despertado en mis ensueños, deseo cambiar mi paso, olvidar mis equilibradas danzas en lo aprendido y en lo deseado mostrar, olvidar las crepitantes vidas de Tom Joab, Hurricane y otros personajes de los libros de Vassili Gossman, Ken Follet, Paul Auster, John Carlin, renunciar para correr o ligero y poderoso o arrastrado por el suelo por mi cuerpo y pensamiento, y entonces me entregaré, aunque no sea yo, al sueño de levantarme de mi recóndito trono, a un ritmo rápido, corriendo olvidando mis pulmones, cayendo para levantarme sin curar mis apaleadas heridas, agitando exasperados brazos. Cuando comprenda que aún así no le atraigo, no dormiré, no comeré para vagar buscando si alguna vez necesita parar y si encuentro ese instante, le daré todo lo que he sido para convertirme en el único viajero que me ha querido mostrar, aunque cuando entre a tomar posesión de mi nuevo trono, descubra cientos de tronos, miles de vidas cambiadas, para ser únicos, en pequeños espacios compartidos y cuando un día, yo pase veloz, en el lugar de mi recóndito mirador, soñaré parar este pato loco, para aspirar el profundo olor del tomillo, contemplar los asustadizos ciervos, mojarme con los manantiales celestiales que por fin reparten su tesoro. Será sólo un pequeño plano, que guardaré en mi chaqueta decorada por millonadas secuencias apátridas

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Siameses y mercader

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