Cayó, calló, miró, contempló y el monstruo del eterno poder seguía allí, desafiante y seguro, ante la miseria de quienes aspirando a su reconocimiento, perdían la grandeza de su independencia.
El monstruo, incluso hibernando, chupaba la sangre. Dormía, entre una eterna sonrisa hacía los incautos.
Desperezado, atría esclavos
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