miércoles, junio 18, 2014

El Albert, Jane Goodall and Nacho Dean

Preparando uno de mis ahora, inmensos viajes a la naturaleza, al parque de los Cerros, a ver un paisaje, entre desértico y comido por las aguas que deslizan los sueños que se vivieron fecundados por el agua,para ir, ya en ausencia, conformando las cicatrices de los tiempos.

Y en esos previos momentos, encuentro la vida de los seres que ante el comecocos de los segundos, atrancan las bocas de las crueles dentellada con con los palos de la acción.

Primero, entre mis potitos, Jane Goodall, me destroza la bella foto con la que adornar un idílico cuarto, para llevar mi mano hasta la caricia al pelo erizado del Gorila triste que siente el espasmo del olvido de quienes dicen amarlo, o el odio, de quienes quieren obtener todo por "el avance humano", aunque sólo se note, por un lado, en su bolsillo insaciable, y por otro lado, en el panorama destrozado de una tierra empobrecida, a la vez que ahora, humanizada, porque sólo nosotros, podemos destruir lo que  nos da soporte. Siento temblorosa, biteante la caricia del pelo que se me ausenta.

Tras saciarme otra vez, de la no necesidad, me digo inglés a mis bilinguales actos, que no palabras seducidas; toca esperar por ahí aparece El Albert, como otros héroes, Fernando, luchan con los limites que les ha impuesto su dañado cuerpo para mostrarnos como una persona se hace a partir de lo ella crea fuera de cárceles físicas. Acicate a la tristeza de atarte a una murallas, a una situación no deseada, para no ser tú, sino tus carencias. Y en este limitado viaje, me viene a la cabeza Nacho Dean, malagueño infatigable con el que confluir hace un año y tres meses, él empezaba un viaje alrededor del mundo, andando, yo paraba una época de mi vida viendo a Paco, ser afable, con el que hubiera hablado mil tiempos, si no hubiera tenido la prisa de la nada; no es fácil seguir a seres que rompen las cadenas del día para amar la tierra y los seres que la habitan; aquí, andamos siendo atrapados en la tarea de modelar nuestros pequeños eslabones con los nos amarramos a la bola que nos impide andar, ya no digamos volar.

Una bella mañana nace para liberarnos de los enviados, que nos espermatozoidean con sus glóbulos azules, protocreadores de válidos que vociferan con los megáfonos de sus prebendas obtenidas.

Jane Goodall, hasta el último aliento


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