Ya se van, un año más, los alumnos que tuve en primero y segundo de la ESO; ya cuatro años que no hemos compartido un tiempo de clase juntos, ahora ya ni nuestro espacio común del Ignacio Ellacuría. Se abre el universo de las cosas cotidianas a nuevas palabras, muros pizarras
Ven el horizonte la Universidad, otra salida o de formación o laboral. Y veo sus caras y se que me hicieron aprender tanto y tanto y yo, bueno, les dí lo que tenía, a veces arrebatado, a veces, torpe, a veces, ilusionado; a veces, bailando porque les sentía receptivos, o abrumado, porque, sólo yo, no estaba pletórico.
Pero de tantos años, casí no recuerdos los momentos, pero los estoy viviendo ahora, con otras caras, otras mentes, otras ilusiones qué y igualmente me los recordará dentro de cuatro años aquellos que ahora primarizan la primavera.
Ansiaré que tengan libertad, que no se agarren a lo inmediato, que luchen, que creen, que si se caen se levantan. Que amen no por poseer, sino por compartir, por entender, por estar en el lugar del otro lado para quitarle o sudores, o sangres o sudores.
Les pediré, sólo una sonrisa, un saludo, antes de que partan a trazar caminos a horizontes que huyen, a Itacas, que vuelven a surgir en el reposo de la arena soñada.
Amaré el tiempo que fuí con ellos, a veces, no dominado, aunque rugieran tempestades de sus ímpetus, o sus atosigantes silencios ensimismados.
Me iré haciendo a aquello que me pareció lejano: furtivos trazos gruesos sin el vuelo a los árboles, a los picos que cantaban las pujanzas.
Miro cada instante, cada sueño, para calmar su sed como la invisible gota que alivíó un tiempo sus encuentros.
Mis nachas y nachos que me alimentan cuando busco camino entre sus senderos, que me urgen a salir porque en su caminar, alguna mañana necesitan la vida beber
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