Manuela Carmena nos abre la oportunidad de no escondernos en que todos somos iguales. Palabras antes las que prefiero callarme según en que ambientes.
No, jamás seremos todos iguales y además nunca debemos olvidarnos de lo que queremos ser.
Contemplamos y admitimos con estupefacción la desvergüenza personalizada, sin cabeza, sin previsión, sin responsabilidad y lo asumimos como una vejación a nuestra condición humana, por la gracieta y el despárpajo con la que nos alancean. Pena, si somos así. Admitir lo que ¿no somos?
Y Manuela, nos permite soñar, por valorar lo que hacemos, como ella lo llevó a cabo y nos abre la puerta a participar en otro mundo posible, y porque en realidad queremos ser algo mejor; así al menos lo soñamos muchos, e incluso se manifiestan quienes hablan de lo honesto, aún adorando las teles pagadas.
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