domingo, abril 20, 2014

Multitud de chatarra

o al menos eso es lo que se me pasa por la cabeza, más bien fruto de impaciencia e impericia para construir algo elaborado.

Si no, no me digan ustedes que no les parece increíble que lea un artículo de Javier Marias, hoy domingo, en su columna de "El Pais", me sienta reflejado y sin embargo no coja esas piezas, en apariencia destrozadas, para hacer un pequeño espacio robot que nos diga lo que es importante. Porque a ese engendro, unos le podrían sacar muchos defectos, pero está ahí. Y no es poco, por mucho que estemos llenos de razón.

¿Cuántos viajes hacía la roca, para chocar y preferible al desnudarnos para enfentrarnos a las carencias de los otros, pero ¿porque no, también a las nuestras?

Ya nos recuerdan los que están en la cima, donde subimos como Sísifo, que un sólo dedo nos puede poner en situación de volver a subir el ensimismado eterno Everest. ¿Es preferible ese continúo andar a la impotencia?, a  un encuentro donde siempre podremos, en un primer momento, confrontar con los miles del problemas del otro, de quien tenemos enfrente, de quien no dudamos en llamar grandísimos errores para tras ese rasgo de sensatez en lo ajeno, ver lo que hemos hecho, lo que hemos ofrecido y lo que nos han seguido ante nuestras propuestas y nuestra ayuda.

Sería bueno, quizás, ver, no en el horizonte, sino en nuestra propia acera, los vientos que nos arrancan de los pasos a la esperanza. Ver al ser humano que por mil razones ni tan siquiera nos siente.

Tras los perdones, o pedidos o concedidos, podemos chocar las manos para tejer la tela humana, que destrozé las telas de araña de los bancos e benefactores interesados en destruir los abrazos para salivarnos con sus paralizantes estrategias o pateadas o asaeteadas sobre nuestros cotidianos despertares.

Mi robot, escucha Sad songs, in Berlín de Lou Reed, para redimir las penas del mensaje pasolianiano que hablaba de las esclavitud a la que nos somete el fascismo cuando nos hacemos consumistas; cementaron sobre esas palabras quienes, cuarenta años despues, construyen la poltrona sobre la que repiten, pontificadas las mismas ideas. Al primero la desválidez ante el poderoso le arrojo al pozo donde les apedrean con sus falsas libertades; al segundo, calculando reditos, le obvian en su primera afirmación para sacar el jugo que gasolinea sus mecanismos de manejo.

Tristes pasan lo dias, cuando cubiertos de nuestro ropaje discrepante, asistimos a la exaltación de lo absoluto, con pies de barros que siempre visten de coloridas faldas largas

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Siameses y mercader

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