sábado, agosto 21, 2010
ni diez días
monóloga, una vez, entre hojas Stephen in Dublin, frente a su bahía; lejos, ellas se encuentra en un pueblo, rodeado de una historia que apenas conocemos. Modernos mercurios son enviados a nuestra tierra, emisarios de sus esencias, correos para trasferir nuestras ventajas. Ellas, pegasos desapegados de marciales ritmos, mecen sus hábitos sobre sones que envuelven en aritmicas acciones. Es tiempo, sólo tiempo, impotencia sobre el tiempo, el que endulza, añora, aferra a nuestros instantes, el deseo de la transformación, de ellos, por ellos, para el ser que se pueda entregar, o que pueda en la acción, desde la acción, por la acción decir para disonantes, para los asonantes, para los soñadores que las cadenas anclan, torturan, deslizan en los aceites de la entrega, la lectura, la acción, mudada, ya, su esencia opresora por la reflexión, por el relativo tiempo que baña en sus mansas aguas las agitaciones de lo inmediato, en su inarbacable, inarbodable, inacabable horizon que impone en cada paso el acercarse a su actual estado, que mudara, enriquecera, anhelará, su base que se afianzó, amó, sufrió por, en, con los tiempos pasados, ya aceptan ser pasados, tamizados, soñados por la mente que ya no en duchas, chapuzones, inmersiones, sino en baños atemporales enjabonan sus lecturas para soñar con las palabras en los Odiseos, Ulises, o Ulysses que traen fuegos de vida, entre las vidas que nacen, buyen, claman, abrazan a estas dos chicas, que aún lejos, beso, abrazo, hablándonos.
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