esos eméritos salidos de palacios, maravillan nuestros ojos, anclados en nuestra lucha. Lanzan escaparates a los cuales anhelamos mirar sin fín. Nos creemos con derecho a compartir los maniquies expuestos, cuando bajo sus costurajes tintileantes se encuentran las inanimadas facturas que irán llegando por ser osados. Ya esclavizados en una foto fija, nos podrían tapar rostros, convertidos ya estamos en unos miseros repetidores de la esclavitud revestida ahora de luces. Esos negreros, (explotadores de los legitimos deseos, fraguados en nuestro trabajo, de aspirar a espejos, coches, casas, que queriendo ser el alma de nuestra existencia), tan sólo nos convierten en una permanente fuente de sus ingresos, posando risueños y descarados ante la foto que exhibiendo su poder, enmascaran entre franelas y cueros la misería de sus entrañas que no dudan en nutrirse de nuevos servidores, que gastan sus vidas en amamantar vidas ociosas e indecorosas, pagando las deudas que atraparon sueños rasgados por noches de insomnio, cansancios infinitos y silencio de impotencia que crecieron en las hierbas segadas de las relaciones de pareja; ahora exhaustas sin el sol y el agua, esta ahora devastada porque el agua para todos, siempre, sólo lleno las cisternas de los poderosos, saciendo, sólo momentáneamente nuestra sed en un corriente eterna.
Y esa noche, grite a un cantamañana y cuando amaneció, él llegó, odio, segrego sus bilis, se embutió de hermosas telas y se fue odiando y riéndose de que alguién, le contemplará en el escaparate
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