Viajes por calles donde cada piedra escupe vidas inquietas embarcadas hacia trayectos de Itacas perecederas.
Paseo, acompañando a inquietos ojos que descubren rincones donde anidan sus sueños sonoros. Necesitan trazar sus vuelos por ramas donde realizar sus danzas. Embrujo de aleteos, ante los lejanos temores. Jóvenes metálicos cazan los señuelos hacía sus amores sonoros; decorados armados, a veces, por bichos que estarán ávidos de las inocentes entregas a estampas susceptibles de manejo.
Frescura donde las palabras surgen alegres, desenvueltas, instigadoras hacía niños-hombres naúfragos de la tormenta de su nacimiento.
Prolongan su juego, en un tiempo infinito donde entre el regateo por bisuterias superfluas descubren los secretos de la vida de esos niños del continente encadenado.
Tienen conocido el lugar del fado y de las músicas del mundo y aunque días después abrieron los ojos a los lugares donde danzaron entre las guapas gentes. No podrán escapar a ese centro de la ciudad, en la cuesta encantada, para caminar tropezando por extraños vericuetos en las callejas donde el ansia por los sueños nos impele a entrar a cuevas de aladinos, alisbabas, sherezades, gandhis. Y en su potente juventud habrá noches donde será imposible encontrar la salida, enganchados a los hechizos del lugar que esquivo los fuegos que fagocitaron rincones.
Y habrá o quizás hubo, la noche donde la prudencia nos acostó rendidos de la batalla inesperada donde por no declarada, se hizo doloroso el choque.
Chiado, esa noche espero la fiesta del asombro de la noche anterior. Comprende la ausencia pero os invita a la magia, al compañerismo, al amor, al compromiso como Sarámago que volvió a Lisboa tras nuestra partida. Desde allí, nos sirve de faro porque nada de lo que ocurre a las personas que sufren, trabajan, se divierten le fue indiferente y busco comunicarlo.
Lisboeta, nuevos argonautas navegaron por las calles que amastes, buscando las rutas que serán largas, inconstantes, bellas, dolorosas, pero propias y necesarias de ser vividas
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