que acompaño dias celados. Me arrobaron los movimientos sabios, coordinados que trazaban líneas crecientes. A veces, veloces, a veces pausados, a veces, incomprensiblemente quietos, hasta que contemplas que su quietud mueve la gran máquina que ahorra mil, ahora, inutiles esfuerzos.
Director de orquesta, apoyado ahora en precisos ayudantes de cámara, siente el latir de cada línea ideada, ama la precisión de sus próximos ayudantes, alienta su emoción hacía cada uno de los ejecutantes para hacerlos participes de un sueño al que llego tras años de embeberse de sus mayores, de los libros impresos donde arquitectos, ingenieros desliaron los problemas surgidos.
Abraza, las actuales ayudas de inventores que descubren la eficacia de usar algo ya integrado en el día a día.
Cuando o en una maqueta, o en el piso superior, el soñador arquitecto contempla como cada una de las piezas, toma vida en manos de bailarines sin fronteras para de forma precisa, armónica, plastica colocarse en el espacio donde esos bloques hormigonados reciben el soplo de la inspiración de un producto final que siempre ya estará latente.
Para el que ansia, trazar danzas, ver esos enormes pequeños pasos, aparentemente torpes, inacabables, descubrir desde el balcón de su habitación inmunizada, que cada gesto se torna en imprescindible para apoyar la siguiente estructura y que diez inabarcables días con sus reposadas noches son una minucia cuando el fruto va obteniendo los colores que proclaman la cada día más cercana finalización; todo ello es un muestrario de la paciencia en la que toman cuerpo proyectos que necesitan cada pequeño hálito de querer crecer
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