Te descubro, en mi yo ausente; ocupado mi cuerpo en los sonidos de la otra lengua, aquí en España, amiga.
Me asusta tu presencia, jamás mencionada y sin embargo, me rebelo contra los odios que taparon tu besos tan apasionados como pasajeros, como infinitos en su plenitud.
Historia escrita, por capataces de precisos latigos que encauzan sus miedos enfrentados a los frios días donde ella busca caminos y él, encuentra soledades.
Lilith nunca quieta, siempre consciente de su amor, salta vallas, encuentra recónditas sendas, mira los atardeceres y siempre, aún más lejos, en el infinito horizonte, sueña deshacer los velos, interpretar el sentido de las lejanas nubes, ser siempre más ella, para que en su entrega al adan que soño sentarse rodeado de cercas donde todo tuviera su orden, pueda él descubrir el ósculo del nacimiento de sus yos, que se mecen enlazados conscientes de esa necesidad de ser crecida por la fuentes recibidas. Él, tan impaciente, dice la historia no escrita que apreció los sabores de las frutas recogidas, de las plantas hervidas, de las pinturas trazadas. Las noches fueron largas porque los lechos estuvieron mullidos por las mutua aceptación.
No renuncies a tus pasos y pronto, algún día, sentiremos la necesidad de los libros reescritos para que se renazcan nuestras vidas amordazas por nuestra impotencia, por nuestra pereza por ser por nosotros mismos y así ser plenos en nuestra entrega de lo realizado y no por la cruel incapacidad de aceptarnos en nuestra vida limitada que nos hace manejar materiales asesinos, culpabilizando a las Liliths de nuestros pozos que acogen soledades y serviles seres revelados
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