Una persona ignorante puede llegar a ser diosa o presidenta si sabe moverse entre las lianas de la selva; automáticamente alguien pensará que ya no es ignorante, aunque oiga, de su boca decir, que Madrid tiene primero el Tajo y se lo podría cortar a Castilla la Mancha. Nos da pena, siempre, tener consciencia de ser gobernados por el fruto de nuestra obnubilación o por la admiración al poderoso, o por la imagen retocada o por nuestra dejadez o por la impotencia de enfrentarnos a las alimañas que lo quieren todo.
Por otro lado, esa ignorancia, nos hace disfrutar de un reencuentro a solas, con nuestro querido Tajo. Tiene el color esmeralda que le acompaña en los días de lluvias finas y me imagino que se habrá vestido en la última época del color marrón que requieren los días de rayos y centellas, de cántaros del eterno invierno, aún insuficiente para el ansioso. Sublima el color, las pozas que prometen sensuales baños ahora imposibles. Atrae la atención, la melodia repetida, subyugante hacia las ignotas vías.
En la melancolía, descubres, entre tus velos, las mil vias que trataras de seleccionar para salir a vías exentas de peligro. Qué bonito es leer un libro como quien se enfrenta a una historia que te atrapa hasta convertirte en el protagonista.
Hubo un tiempo donde sin la lectura de los libros amados, sentías ya en esos días pasados, la pesadez de su ausencia, pero entonces, lector empedernido, tratabas de descifrar el sibilino lenguaje de mil ríos que tenían un armario de vestidos jamás iguales.
Nuestro Tajo, nos habló exhausto de agua ya terminado el otoño o colmado por manantiales tras un mes de derramados cielos; aumentados los cauces cambiabamos ropas, materiales, prevenciones, lo que anteriormente era dejadez y juego, ahora eran cuerdas de seguridad, vigias que oteaban los nuevos pasos nunca aparecidos, calma pare enfrentarse al desaforado lenguaje de aguas con extraños acentos renacidos de la furia.
Acompañabas, acompañado para terminar lecturas en las cuales había días de torpezas que te subsanaban, días de juego que compartías, días de soberbía hacía el principiante, siempre días de carencia por enfrentarse al gran libro Tajo, sin las nociones nacidas de la periodicidad y sin la pericia obtenida de los sabios.
Esto y más, me abraza en la ruta que masajea las tensiones de esta época
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