Se ha cumplido el pronóstico, siempre sucede algo para que nuestro viaje a una carrera, comience entre desafíos de cascarrabias. Espero que duré muchos años. Sólo el hecho de ir pasando el tiempo, nos pone escenarios diferentes: lesiones de última hora, hijos que vienen, ruedas que se encuadran. Escenarios diferentes nos van haciendo vivir alejados, quizás vidas paralelas, ya sean unas más grandes, otras más estrechas, otras más sinuosas. Pero "la Vito", es mucha Vito y Jansón, Luis, Peta y Taber, son mucho también.
Hoy nuestro San Silvestre estaba en Alcobendas, el submundo en la infame camiseta recibida y el morbo en el reparto de plebendas al que acudieron los afortunados prebostes: Alcalde de la localidad y el señor Viceconsejero (me he echado a temblar al pensar en un egregio compañero de poderes que acudía a cuantas más eventos mejor, con fines bursátiles). El tiempo y sobre todo nuestro ya nulo sentido del sacrificio nos impidió calentar con ni tan siquiera suficiencia. Aunque la primera bajada y la tendida e interminable subida nos ha dado margen para que en el cuerpo prendiera un resuello que ya no nos ha abandonado en toda la carrera.
Sólo la llegada al kilómetro ocho y desde ese atrio percibir que nuestro subir y bajar se había terminado y que ahora nuestro esfuerzo se había convertido en un descenso no dantesco sino hacía el can, guardían de las duchas, alivió nuestras flaqueadas fuerzas. Eso si, a través de can-ticket pudimos entrar en los celestiales "un bote" y un trozo de pizza, comida de los dioses ninfáticos. Exhaustos, volvimos a nuestros rediles donde nos marcan espacios que en el viaje de vuelta nos habían parecido infinitos.
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