¿Dónde andamos en cada mañana que despertamos para construir nuestro nuevo mundo de cimientos móviles?
Fronteras en nuestros días finitos con vigilantes en torres de materiales únicos: certezas, miedos, desconfianzas, tranquilidades. Materiales para una aleación única que sublime la exclusividad de mis tronos propalados por ensalzados voceros meritocráticos en la adyección.
Y vibra, en una cámara inmóvil para atravesar innaciones, el ojo que pálpita las palabras de sus interlocutores encontrados para ser testigos.
Descastados en una sociedad plana en pantallas de estallidos para héroes de carcasas sin entrañas
Viajante solitario, con lazos de abrazos, a tempestades de profundas mediocridades que hieren cuando supuran la indiferencia injertada.
Ser de pasión para hacernos empáticos cuando las concertinas buscan las entrañas para desgarrar la pertenencia a sentirse humanos; viene a un pequeño encuentro para tocar los instrumentos íntimos que llamen al baile de pasos acompasados para coreografiar acciones que nos levanten de la postrada aceptación de ser impotentes ante la invisibilidad asignada. Seremos ingrávidos si aceptamos nuestro peso de unidos a los conocimientos de los otros sufrientes, para sobrevolar las trampas del hastío cotidiano que nos disluye ante la corrosión de la comodidad equidistante.
Descríbenos pasos sin suelas sobre piedras de cascos inhumamizados por proclamas eternas, para que podamos ver las heridas por las aristas graníticas de indiferencias miedosas, las roturas por abismos en centimetros apartados de una sonrisa necesaria que aliviará opresiones, los sudores en cuestas siempre más inclinadas por quienes se dicen discriminados.
Antonio, ¿qué precipios recogiste en las miradas de aquellos dos seres en sus primeros planos?
Tantas son las tinieblas que habitan en los desiertos acribillados por rayos que incendian los pies anhelantes de un rumbo con fin, que surcan los ojos el pánico de miles de segundos, acompañados cada uno como un velatorio de la esperanza posible, a punto de ser derruida y salvada por una energía que ahora, por fin entre brazos, se derrumba.
¡Cuánto de las entrañas emana, vivida la muerte, para mostrar un cansancio eterno!
Si, ayer, por un tiempo, encontraste oasis para los desiertos de la incomprensión a los que te condenan la opresión de los vendedores de nuestras prescindibles baratijas, en las cuales empleamos nuestros banales esfuerzos, verias que no eran espejismos entre palmeras y que a la vez no tenían ganas de desaparecerse; fuiste aguador de manantiales conectados para sobrepasar estanques construidos para amansar en podedumbre.
Gracias, cada día, Antonio, no somos vallas ante el encuentro con la vida. Nos construimos cada día para apaciguar la inmensa expectación de lo siguiente.
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