Tras "el oficio más bello del mundo" de Josė Marti Gomez, debo volver a "los muchachos de Zinc" de Svetlana Alexievich, como introducciòn a esta continuación en la lectura del libro oí ayer las palabras de Ivan en el,programa de Hora25 que Angels Barcelo dedicò a los heridos o muertos en misiones militares. Este chico español, en su sueño de ser militar desde su más tierna infancia, se había enrolado para servir a sus ideales, y ya al final, conseguido el fín, herido y maltrecho en una misión, había intentado seguir; fue incluso, difícil arrancarle de allí; tiempo después ya viviendo la realidad de la falta de apoyo recibido, siente el desgarro de la toma de conciencia del maltrato por quienes son depositarios de aquellas telas de tanto valor para muchos adoradores de los símbolos.
En la escucha, entre brumas, se me abría la memoria de la angustía de las primeras 100 páginas del libro. Si fuera actor shakesperiano estaría con Macbeth en el cementerio, corroido por los gusanos anidando en rey y sus vasallos, asesinados para intentar reflejar la quemazón que me producen las vidas del soldado, ilustrado que creía en la Patria y se descubrió soñando, entre equilibrios por letrinas ponzoñadas por las miserias de los mandos y los odios de los invadidos vendiéndoles venenos; ó la enfermera insonme entre gritos, entre ausencia de recursos y entre necesidades nunca satisfechas ante los besos de la muerte.
Y hoy, si con miedo porque no me da consuelo, leo diez páginas para volver a sentir el veneno que me alcanza la mano inmóvil de la belleza amada, con un soldado, que huye ante los despiadados "él", a los que quería salvar y ahora le llaman asesino en las conversaciones de parques y autobuses, o un comandante errático, sin identidad porque tiene inyectada la espina que fluye en vena desgarrando sus arterias; o a la empleada, que mira la destrucción moral de quien quiere solicitar una flor que le anule los recuerdos.
O, el mal que siempre gana, porque tiene la semilla de la ambición que siempre vestirá al miserable y este calculador mercader, las transmutará en banderas que subyuguen, a los que engrandecen las alegrias cotidianas de quien es fiel a su sudor.
Homenaje duro de Svetlana a la realidad desnuda. Leí que una madre había reprochado a Alexiévich que al menos les hubieran dejado vivir entre las coronas de la gloria, sin darse cuenta que las espinas de la mentira la desangraban. A la madre, no sé si le llegará el consuelo de un beso desprendido en nuestras flaquezas
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