martes, enero 05, 2010

Doce años con mi Ford, una anécdota en Lorient

DOCE AÑOS CON MI FORD, por Gimi enHendro

Cuarenta años no me libran de dar veinte vueltas sobre mis vacíos para no encontrar mi solicito coche, pacientes esperas, abrillantaron sus chapas.

Ocurrió en el extranjero y por eso recomiendo salir mucho por ahí, porque dos opciones se te acercan, abrir la mente o más bien darte cuenta hasta donde está repleto el melón.

Aquel día, que lío, ya tarde y tras abandonar pesaroso una posible parcela mental con vistas.

Tarde llegué a la Itaca que había marcado mi viaje, ensueño bretón. Cuando esa noche, henchido de música, ahíto mi corazón de mis eternas imágenes fugaces; empecé el regreso al averno. Eran ya las tres o las cuatro de la mañana, dormir quería, pero el cansancio había creado fantasmas, que dibujaban ya extraños movimientos.

Hombre cabal yo pareciera, mis canas no puedo decir que peinen mi exhausta frente, pero todo mi andamiaje se destruyó cuando empezando una búsqueda entre demonios de calles iguales, ellos, si los fantasmagóricos espacios, se descojonan; yo, muy digno, aunque cada vez más desconcertado por su fatuosidad, busco refugio entre gentiles personas que en su idioma, yo en uno que buscaba un punto de convergencia, tratan de saciar mi ignorancia, pero ya todo yo, soy una botella sin fondo.

Pareja atrevida, monta al alienígena alcarreño en su coche. Desesperado me ven y los dioses celtas les infunden valor. Creen iniciar un viaje sin retorno, levan anclas y claman por saber de donde puede salir ese ser y….., si, según se empieza, se acaba, el coche casi me abrazaba o quizás trataba de dar una colleja a un caso perdido, porque consciente es, tras tanto tiempo compartido que al día siguiente la puedo volver a montar, por supuesto reniego de su maledicencia y armado de orgullo reclamo mi eficiencia. Conclusión, se montó todavía una más apoteósica.

Ese día llegó, pasadas veinticuatro horas. Desde mi parcela partí, comido, siempre poco dormido, navegado en un catamarán, miedoso él de mi mala fama y pleno también de músicas del mundo, en este caso gallegos errantes.

Al llegar al mundo de sonidos celtas, quise abrazar, por conocido, lo que ayer me fue odiado, pero el lugar esquivo y altivo me despidió, quizás no quería ser escenario por segundo día consecutivo de espectáculos alternativos; calle se quiso llamar que no laberinto y por ello, se esparció para no darme cobijo y me despidió con cajas destempladas.

Rodé cercano, en un colegio mayor encontré para mi vehículo, seguro refugio. Tranquilo y vengativo me cegué en las músicas. Agotadas ellas.

Allí volvía, pletórico; cual pulgarcito había sembrado el camino, pero había empezado desde la puerta, creyendo que el colegio, colega, era mi amigo.

A la puerta llegué y allí, cuando entré odie, árboles, soportales, jardines y cantos amigos de gallegos y asturianos.

Convencido, ahora sí, tras diez años, él, tan fiel, me abandonaba. La pena transmití a gente de allí, pero llegado un momento creo que entre ellos compartían ganas de estrangularme y más cuando volviendo a empezar, allí en la entrada estaba esplendoroso, siempre fiel, ¿exasperado?, mi fiel amigo.

No, no estaba acostumbrado para que él me pudiera decir cuanto había sufrido, cuando durante nueve días no le busque, a él, que por una vez, si se había marchado, ofrecido desde los cuatro caminos para mostrarse solícito y agradable a unos chicos que desde un “trapi” en vallecas querían viajar a mundos tan abiertos en sus abrazos como osunos en sus cerradas garras.

Ahora me decía, “tu que me has ofrecido a gente tan diversa como desconocida, incluso para ti mismo, no eres capaz de buscarme, yo que aquel día intente comprender necesidades humanas pasajeras”.

Creo que fue un momento duro para nuestra relación. Siempre traté de esconder la lagrimilla de profundo agradecimiento que resbaló por mi mejilla por su vuelta.

El tiempo que nos quedó fue muy feliz, aunque el siempre me miraba con una desconfianza por saberme más bien agarrado y que quizás saber que ese era el único sentimentalismo que me guiaba.

Pasado el tiempo, abrazo su recuerdo y en él, tantos mundos vividos. Aunque por ya mayor, no le pude ofrecer virguerías que ya en camas y arbóreos lechos, ejercía.


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