domingo, noviembre 20, 2016

Tapas sin cerrar, Alexievich marcadora ante la indiferencia

En este ultimo año, después de obtener el premio Nobel de Literatura, Svetlana Alexievich, he leido tres de sus libros (Voces de Chernóbil, los chicos de zinc y el recién termino de leer, los últimos testigos).

Creo que en diferentes momentos he tenido que parar durante un tiempo, porque se me hacía durísimo asimilar todas las historias que atravesaban las narraciones de Svetlana.
 Al contrario que en "Patria", de Fernando Aramburu donde durante una semana navegué en las tierras vestidas de verde que tanto me gusta visitar para descubrir que debajo de ese vestido se pueden encontrar hilos que atrapen las mentes, para enfocar las miradas hacia pantallas donde se repiten mantras que hacemos nuestros, únicos. Aquí, con Svetlana, en pinzeladas de trazos gruesos, descubriamos una sociedad atrapada por absolutismos morales izados a tronos con letras o armas que en mitad de 900 días y noches buscaban arañar la corteza de un árbol para alimentar sus hijas o inhalar el gasoil de una tierra rasgada o escondían su razón para atarse a una tierra envenenada que era su única seguridad. Semejanza con el ahora, en este repetido tiempo de vuelta a enrollarse al cicuta impregnado en símbolos cuando nos entregamos al desvergonzado que impúne ondea felices pretéritos, que nuestra propia ambición destruyó.  Quisimos todo lo del mundo, pero que no nos molestarán a quienes robabamos. Los veleros nos lo traían a las estanterías para hacernos también que nuestra libertad siguiera a las sirenas que nos atraían a los acantilados donde malheridos nos veíamos esclavos del consumismo.

Vuelven las huestes deshumanizadas a ver al otro como inferior para justificar la bestial crueldad de beber la sangre de los seres desollados. Sobrevuelan étereos dioses trasvestidos los campos de minas de luces imposibles donde se desmiembran los crédulos que dan la mano a los fabricantes de codicia. Contrapunto del paseante de manos palpitantes que siente el fluir de la tierra por las venas del tiempo compartido. ¿Quién sale de su tierra siguiendo a un mesias del odio que anatemiza los buñuelos errantes amasados en manos que se entrelazan?, ¿Cúando atravesamos con la daga del odio las enseñanzas de quien decimos respetar?. Soles de repollos que amamantan lubricados mis tierras, ¿dónde me abandone para escupir al horizonte desplegando sus hojas que debían ser sajadas con venenos que trepanaban mis sueños?  ¿Acaso sale la pus cuando destripamos la voz de quienes son nuestros otros?.

Amaneceres de torrentes encostrados ¿dónde esta la mama que confío su manantial al succionador ponzoñoso?
   

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