He andado en el silencio del ardiente campo, buscando conocer los dioses caidos de Ken Follet, presente en el mundo descrito, apenas levanto la mirada para mirar los horizontes, dueños de atrapadas vidas; bajo la mirada allí, donde voraces hienas amaestradas, buscan aliados para ejercitar su sanguilolentas fauces.
Perdieron un día la capacidad de mirar, recibiendo del otro los mismos miedos e incertidumbres que se siente en las profundidades que a veces evitan.
Triste visión, de observar los abismos en vidas paralelas: el trabajo, sus niños, sus dioses, sus ocios.
¿Quién tiene derecho a establecer los altos muros entre quienes tienen agrietadas sus manos de desbrozar caminos, surcadas sus caras de los soles radiantes de los mediodias, artriadas sus rodillas de los cambiantes rumbos de quienes juegan, dirigiendo?.
Nos hacen caminar en paralelo, para no vernos, quienes nos necesitamos, en las oscuras ignorancias, en las alegrías de las fanfarrias de festivos momentos, en el mutúo apoyo ante la exagerada dominación.
Ahora, descubrimos, que nuestras dañadas manos, desbrozan sendas que comunican aquellas solitarias rutas; que ante el deslumbrante sol, miradas laterales alivian en la comprensión; que desde el arrodillado momento de postración podemos pasar al tumbado donde nuestras manos y piernas comuniquen el deseado encuentro de rutas pérdidas sin confluencias.
¿Quien manda la voracidad?, desde torres pretenden encontrar belleza en su generada lucha, para que quizás olvidemos las escalas y cuerdas por las que podamos verlos en sus observatorios, en pareadas vistas, que analicen la podedumbre de su inmisericorde poder.
¿Cúando nos veremos, en la comunicación?. Tés, juegos, hablar. Están demasiado lejos quienes dominan, exterminan, usan, abanderan para que seamos sus esbirros enfrentados en nuestras comunes vidas, necesarias de ser engrandecidas por ser, por crecer, sin las bilis del insano adalid de luchas
Paseo cogido en el corazón, mecido por la poesía de Bob
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