sábado, junio 05, 2010

Empecé despacio

Sabiendo que tenía plena posesión de su ser; ya no se escaparía porque su voluntad había fenecido ante mi acoso. Por fín iba a ser el hombre perfecto y todo, todo lo que se aproximaba a mí, iba a estar a mi disposición.

Me pusé unos ojos que sedujeran la voluntad de débil, ese que queda obnubilado por el deseo por lo bello ajeno. Aquí ya había ganado el suficiente tiempo para llevarle hacía la tela de araña que paciente había ido tejiendo casi en forma de tebeo.

Atrapado en su inflado cuerpo, paralicé su posible reacción con un corte preciso. Ya podía saborear las exquisiteces que durante un tiempo había dejado en sus manos y que en ese tiempo había engendrado para mí una nueva especie que hacía aún mas delicioso el manjar.

Ahora, asomaba un hilito de una imposible lágrima en ese ser que había pretendido sentarse a mi mesa. Una vez más, contemplaba como nunca carecería de victimas. Por otro lado, sabía eliminar el gusto estúpido que salía del lloro consciente por su impotencia.

Iba apartando de mi plato, las excrecencias de las patas prestadas que le habían hecho sentirse veloz, poderoso, sin límites, sólo hasta que había descubierto que era entre mis fauces donde habían acabado sus insensatos contorneos.

Era casi hasta enternecedor ver como cuando les ibamos implantando esos miembros, caían rendidos por el agradecimiento; nunca podían imaginar que todas las nuevas posibilidades que les eran dadas, contribuían a formar un cuerpo del que ahora disfrutabamos en nuestra exclusiva tabla. Nunca hubieramos podido conseguir el extasis de sabores del que disponiamos si nos hubieramos limitado a un engorde fácil. Estaba más hecho, mientras se movía y se alimentaba disfrutando con lo que era y también con el magnífico cielo limitado al cual yo le había hecho caminar.

Entregado por su estúpida soberbia, entendio como positivo que le extirpará dos partes esenciales que le hubieran avisado del error del camino tomado.

Una era, el generador de sarpullidos que emana del cuerpo cuando reconoce que algo no es suyo y difícilmente lo podría ser en el futuro. El otro elemento que hubiera podido avisar, eran levantiscos dolores que salían de las zonas que implantadas, rezumaban espumas de rechazo por invadir territorios que no eran suyos.

El ingenúo amador de su imposible, sólo cuando ahora intentaba abrir los perdidos ojos, de sus profundidades manaban aquellos gritos que le hubieran alertado de su tragedia.

Sentado, paciente, cúal Cíclope sabio, dirigía el bisturí firme buscando la esencia de un nuevo placer

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Siameses y mercader

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Zaida, Fernando y