Llega una mañana cualquiera, apenas te informas de lo que te rodeas. Esta vez te confirman que habrá un descenso en el aporte económico del
Ayuntamiento de Guadalajara para el maratón de los cuentos.
Claro, yo no me puedo poner en la piel de las personas mágicas que durante
años le han dado a mi ciudad respeto al otro, amor por lo diferente, encuentros
con otras culturas, capacidad de ser uno mismo creando mundos, batallas de
palabras de cristal que hacían transparente nuestras oscuridades que nos atan
para velarlas con horizontes de soles.
Ante esos seres humanos que nos han crecido desde su entrega, que nos han
desbocado para ser cotorreicos de nuestra única vida que nos ayudaron esparcir
entre estrellas, arco iris, océanos, bosques, desiertos con manantiales de
abrazos, les pinzan nerviosos, la perdurabilidad a estos seres que clavan historias con martillos de
pueriles beldades con la única trama de eliminar lo no poseido
Tienen la facultad de aplastar los que no tuvieron ningún complejo en ser
investidos a pilonazos para desde sus tronos, disfrutar de los privilegios que
les dan seres pérfidos en inocencia que no parecen enterarse de lo que les cae
encima pero si de abrir ventanas a los estercóreos que les han dado para que
ocupen sus cerebros.
Cómo no, entonces, inventarse un cuento de un camarero que repartía hogazas,
como su boca, que cogía con sus manos torpes de ira las tenazas para endilgar
sus dones que eran entre otros, dar golpes de impotencia por encontrarse sin
argumentos para defender sus vasallaje a tantas comidas aseguradas donde se
cometían las villanías.
Soñaba, aunque fuera más apropiado concederle sólo la palabra barruntaba, en
su barra cúspide, que era mejor mantener los días de horizontes exprimidos por
ser bellos y ensalzados, y porque ante el éxtasis de puros habitantes de lo
seguro que ofrecen su sangre justa e inocente para siempre ser, a la vez que
garrapateados, solidificados en sus flujos para utilizarlos como ariete embanderado.
La cabeza golpeada por la harina sin madre de sus nudillos, clamaba cerebro
no porque le fuera brillante, sino porque con él pudiera tejer el vestido
transparente para su propia vida. Le dolía el golpe, pero de su ira, atemperada
por el tiempo, le salía que era demasiado, que aquel servil dueño contemplaba
extasiado los saltos equinados como si en su propio cuento imaginario, sus
piernas las pudiera dominar para saltar vallas con las que superará sus
empedrados proyectores con futuro de granito, no podía comprender en sus sueños
de grandeza que vestía zancos de ordenes ajenas
Acudían manadas, con pensamientos acerados para que les entrará mejor las
patinas de los candelabros que les ocupaban atravesados. Y te decías, enfrente
a estos seres de siempre el medio extremos, ¿qué?
El compromiso de José Luis Sampedro, que nos vive siempre, y que estos días,
del quinto aniversario de su desaparición física, nos nace para el no
conformismo, para la no mediocridad, para los cuentos de su real economía
social, del corazón, incluso para los que odian a golpes, a mentiras,
esparciendo venenos. Nos sobrepasó, para que entendiéramos que esos seres de
enfrente están conviviendo con tus actos.
De sus felonias, de encerrar los cuentos en celdas oscuras, mínimas,
supurantes, nos sonreímos, porque en aquellos patios del Palacio, ya sin cortesanos,
ya habían salido personajes malvados con los que los innumerables oyentes
habían tejido abrazos de tantas vidas crecidas por besos de palabras para la convivencia
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