Allí llegué, no pensaba conseguirlo, pero si tanto había soñado poder bailar, porque me iba a parar, aún si las piernas ya me eran rocas. Aquel brujo, del que se me escapaban hasta las sílabas, me hacía ligero y brillante, cuando la torpeza me adormecía.
Eh! tu me decía, existen muchos sonidos para cada vida que se vive y debes buscar el tuyo, aunque sea duro y escarpado ese camino frio.
He notado, me recalca e insiste, que ya has empezado a cantar tu último corrido, pero quizás no sea ese el destino, si cuando me escuchas yo ya he copiado las llaves de los candados con los que me encerraron.
No tengo tiempo, soberbio le digo, ya surgen claros y el río llega a su nicho;
Más que idiota, te clamo, si dedicaste un tiempo a navegar en un mar; ya, sin pericia, nos recordamos, pero viste las olas que te envolvían y con ellas jugaban navegantes maestros.
Tanto tiempo, no me lo recuerdes, fuera en Laredo o en Cabo de Rosas, bisoño, siempre quería aprender de una bestia tan fiera como era la naturaleza, en bajeles la desafiaba, pero ella me dejaba en ilusiones, mojarme. Ah, ya recuerdo
Caido, sin fuerza, vencido, la sal alimentando mi lengua de orgullo y la driza enrollada a mis pies, inertes; mi cabeza se arrastra por la superficie, queriendo besar una sirena esquiva, que siempre se escapa, mi oido oye los gémidos de un nacimiento que parte del vencido, ¿qué será ya, si las manos tengo atadas para abrazar?. Nace desde mi pecho el movimiento, henchido y pujante no se conforma y arrastra la pelvis que se eleva para engendrar las rebeliones una derrota. Fluyen doloridas, espasmódicas las partes liberadas, siempre fueron generadoras de los movimientospero ahora, brazos y piernas, las veo, pero no las siento. Chillo sonidos de embrujos que acaricien los miembros, ¿quien los apago?, busco la voz, ¿se fue? salen balbuceos entre cuchillos sin piedad, heridas silabas tapan sus rasguños para osar juntar con su sentido la palabra, incomunicación es un muro, con dentelladas, pero alto y sólido; la voz se crece y la provoca, la solivianta y él, rasga sus ropas, al principio inflando sus pulmones, ahora, los brazos, si los brazos que ya querían olvidar las manos para acariciar, se despegan del suelo sepulcro y percibe los dedos que agarran la camisa y la destroza para que salga la palabra y con ella, el gesto y con el gesto, el vuelo y con el vuelo, despegaron las piernas para ir a encontrar tierras de acogida, y no todas lo fueron, revolotea y voltea su esqueleto, ahíto de un descanso, que nadie le quiere dar en esa sala reducida en el que los famélicos mundos engreídos martillean su aceptado cansancio para clavarlo y despojarlo de toda dignidad, pero ahora ya fluye. Encuentra manos en callos de corazones que le llaman y le abrazan y le animan y le lanzan; y si, son fuertes, los arrecifes con los que choca su desnudez, pero sabe que están las miradas amor, las luces abrazos, los juegos alimentos, a veces, sacados como migajas a los taimados dueños de pasos, pero que importa, es vida. Sala oscura, mi luz camina, sombras huyen para sentirse vivas, otras, acuden y se funden, encuentros para ser conscientes del otro, del que nos alejan chirriantes clarines, gorrinas trompetas y clamores envueltos en mil ribetes, pero son los dedos asidos en el último momento, los vientos que construyen primero tiendas, luego casas, mas con muros transparentes para que no nos cieguen las luces que nos dicen: sois únicos y, ya nos separan.
El maestro contempla, suyos son detalles, sabe que no existen excusas, si parte a viajes, se enriquecerá de lo que comparta. Cuando ve al discípulo sólo espera que en las mil esquinas que le quedan por visitar no les reciban mil palos ciegos crecidos para las seguridades de los débiles ya, de por sí, vencidos
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