"Estás confundido, no soy la persona que da los deportes a los niños, soy profesor de Educación Física", así concluía una evasiva disertación con una persona que trataba de hablarme de su capacidad para dar atletismo a unos posibles alumnos míos, en horario extraescolar.
Ante lo que está cayendo, sedentarismo - obesidad, aprovechamiento del tiempo de ocio, calidad de vida, uno pudiera esperar un gran reconocimiento de la Educación Física, por darles a los alumnos pautas para los hábitos de salud, por orientarle sobre como cuidar su cuerpo, por abrirles a nuevas posibilidades motrices, por acercarles la posibilidad de ser autónomos en la utilización de su tiempo de ocio, pero no, me comenta un compañero de profesión que la tendencia es que no, que desde arriba se cree la educación física es igual a competición, a rendimiento deportivo, en definitiva unos animadores y sobre todo los que entretenemos a los jóvenes para quitarles las tentaciones.
Están engañados y nos engañamos quienes acompañamos a esas personas en sus mundos equivocados.
Lo siento, la enseñanza no es el mundo de la competición. Nunca la concebí así, tampoco concebí que las creencias se pudieran calificar.
En las asignaturas, de una manera que intentamos que sea justa evaluamos el trabajo realizado, los conocimientos adquiridos que irán ampliando el espacio de conocimiento vital de un alumnos, pero la cantidad de creencias de un alumno, se evalua ¿para qué?. Nunca negaré el tiempo que muchos padres quieran dar a sus hijos acerca de unos valores religiosos y culturales, pero ¿evaluarles? y ponerles una alternativa, ¿se duda de la fe?, ¿otra asignatura hace que tenga valor la religión?. Es la única explicación que los alumnos no la elegirían por tener una asignatura menos, cuando de media de esta asignatura es de 8
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