En una nube de deseos viajamos buscando derramar toda nuestra implicación de la sociedad; a veces, estamos solos y el calor o el frío puede con esa nuestra ansia, que siendo tan pequeña, comparadas con las otras fuerzas, se difumina nuestro empeño. A lo lejos, cuando corro, veo otras pequeñas nubecitas, todas, para mí, cargadas de aguas a derramar para irrigar una nueva sociedad; ¿mejor?, por hacer.
No sé como, pero siempre existen fuerzas poderosas que se van interponiendo en el camino de las nubes para su convergencia y por ello para producir una borrasca de acciones que cambie un mundo en silencio. A veces, es la pachorra de un calor insoportable que se interpone para que la inacción vaya produciendo a la vez que una pobre paz externa, una sequía que cada vez se apodera con una quietud dañina. Cuando en otras ocasiones un viento gélido levanta muros de hielo, para que la parálisis nazca de la amenaza por un aislamiento petrificador porque los generadores de esos vientos
son fuerzas alimentadas por corruptos dioses que siempre guardan sus bocanadas de odio para quienes osan dudar de sus energías para mantener sus privilegios, entonces nos empequeñecemos dudando de los recovecos que podríamos generar con la unión de todas las fuerzas, seguras pero débiles por los matices agrietados.
Pueden venir barcos de armadores, con comisiones que harían desembarcar la pobreza en nuestras tierras desiertas para ser alimentadas por unos surcos generosos, porque existen mercenarios que andan ahítos de encontrar soles inmediatos, egoistas ordeñadores de nubes mostradas sin escudos. Reinan pequeños alfeñiques entre las tintas esparcidas por las liras que tañen sonidos disuasorios que alaban lamiendo las basuras de los despojos del creador de maquinarias para materializar el odio a la vez que se sienten en el summum de la alfañiquez por tocar tronos de hojalata, tintados en el amarillos otoñales caducos. Son reyezuelos intercambiables, adoradores de soles del desierto.
Y vendrán en día para los oropeles del refurgir, porque las nubes se dispersan en medio de mordazas aplicadas por estigmatizadas flanelas, ensalzadas para ondear las corruptas marchas hacía horizontes nada patriotas, donde los paraisos escupen a las nubes para marcarles exactos las fuerzas de sus salivazos, liquidos sin nubes
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