Leer "la Segunda Guerra Mundial" de Anthony Beevor y "El holocausto español" de Paul Preston, es un baño necesario pero en las aguas sanguinarias del enfrentamiento, la brazada de la sinrazón se hunde sin traccionar, sin encontrar el agua de la palabra del reconocimiento del otro, sino la palabra trampa que engarfía en la pecera donde todos nos movemos sinuosos para esquivar con mil excusas, fecundadas por los miedos, por las farsas seguridades donde nos atamos al palo de un futuro al que debieramos destrozar cuando sentimos que con nuestra fuerza ciega, ahogada y amarrada estamos consiguiendo que sólo se mueva para golpearnos con crueldad en nuestra mente y así poder seguir paciendo grogies a las impertinencias de los desvergonzados que admitieron ser conductores de los poderosos camiones que nos aplastan.
No están lejos, no, quienes escuchan sumisos las voces de quienes segaron las vidas y sembraron el odio desde el sur, pasando por los mínimos pueblos, hasta juntarse con los beódos de la sangre y sus bendecidores.
No están lejos, no, quienes son esbirros esclavos de quienes les proclaman como únicos, para en realidad ser ejecutores de planes siniestros de muerte, apoyados por insaciables empresas que queriendo ser carros de fuegos; ante el poder siniestro que se les arrodilla son lanzadores de llamas hacía una sociedad que les dió soporte.
La dignidad a la que nos encumbran los dos historiadores, nos ilumina ante los angostos pasadizos por los que buscamos pisar con acierto, los barrancos de las milenarias sabias serpientes, oferentes sólo de lo que nosotros ansiamos, pero no poderosas sobre nuestras mentes.
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