Siguieron pastoreando con el cayado preparado en una mano, la piedra en la otra y por fín, sus fieles perros despojados de sus alegres condiciones, soñolientos de hambre y agradecidos de ordenes precisas.
Se asustaron porque llegaron manadas ajenas de animales que pacían entre la libertad, terminando siempre juntos. A estos, primero les tiraron alguna piedra, en algún lanzamiento de cayado comprendieron que la caída de bruces de sus victimas producía mucho ruido, animaba la solidaridad de los que buscaban sus propios caminos, comprendieron, guardaron sus armas, apaciguaron los ladridos, sólo producidos en días señalados y elaboraron quesos sabrosos, calostros que llamaban a retozar, leches que afirmaran, primero sus huesos y luego fueran ofrecidas como terapias a una vida mejor. De todo ello, vieron que se calmaban, se saciaban como primerizos, y sumisos acudian a sus ubres y les dio risa, estentórea para unos. ostentorea para los querubines conseguidores. Pensaron, en estas condiciones siempre ganamos, aflojemos las cuerdas y vendrán a nosotros. Y si, durante tiempo, demasiado, estos vagadores, buscadores de otros sueños y otras vidas, fijaron sus paraisos en aquellas maquetas bien construidas por aquellos taimados magos, y como estos preveyeron, perdieron sus sendas para ser adoradores y entonces, entre aquellos horizontes de estiércol y barro, los primeros se supieron ganadores, los segundos, buscaban el agua que les liberara de aquellos cielos. Quizás, tras una llamada, su contestación de admisión, aceptación les condujeran a las sendas por las que antaño labraban las libertades en el encuentro
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