Apareció la nada, ufana, poseida por la boca exabruptada y fue invadiéndonos. Nos enseñó donde abrumaban sus caras estancias: donde cegar los manantiales de la corrupción, donde tapear sobre las mesas llenas de insidias, estipendios por plegarias y nosotros decidimos ser perfectos, olvidándonos y despreciando aquellos lugares que nos parecían tan lejanos, pero sin querer darnos cuenta que vestiamos cofias y que comiamos sentados en su suelo.
Y sin reconocerlo, nos construiamos muy, demasiado debiles, si no veíamos esos látigos
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