encontrar la salida, me había metido en un árbol hueco, pensando que allí no habría nadie, aunque debo reconocer que tenía una anchura considerable y que podía caber, al menos quince personas, pero bueno, sólo había tres, contándome a mí; estaba un hombre aterrorizado, lo intuí por lo pelos, se los había mesado con violencia por lo que habían quedado mechas desiguales y había perdido el color que tanto le había costado teñir. No dejaba de mirar continuamente a todos los lados y en todo momento me preguntaba acerca de los merkeldos, yo, al principio no sabía de que hablaba pero poco a poco me fui dando cuenta, cuando a la vez conciencia de que lo único que puede producir terror en estos momentos era ser un esclavo de los poderes económicos. Le abracé y le animé a confiar en los seres pequeños.
Tardé una infinidad en darme cuenta de la otra persona que compartía el espacio con nosotros, era pequeño, dulce, no dejaba de ofrecernos caramelos y de hablarnos de forma convincente. De forma un poco inocente, nos contó que había decidido salir ese día de su inmenso palacio, donde le estaban rindiendo pleitesía los máximos poderes del país, allí en ese hueco encontraba por un lado el silencio, por otro, el momento para reflexionar sobre los productos donde metería su dinero para que le siguiera dando tan grandísimos beneficios. Entre risas, dijo que también invertía en quien luego se dedicaba a dar las calificaciones de la deuda.
Os puede parecer increíble, pero el simpático viejecito, el despelado hombre venido a menos y yo, sin respuesta a tantas preguntas que no sabía plantear terminamos bebiendo del termo que el despelado había tenido el cuidado de preparar porque preveía para largo su estancia en aquel, ya curioso, agujero
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