sábado, noviembre 27, 2010

un frio día

Puedes desear volar a un pais lejano, que siempre me dió calor y que ahora anda un poco averiado. Puedes salir a correr, ya tarde para luego oír y sentir con los demás, y contemplar que la montaña se te viene, cuando el horizonte expulsa a nuestro veneno, que los árboles que se desvisten, se agitan para saludar a ciclistas, recolectores o seres con carreras de cortos pasos. Y un día frío como hoy, cuando corres, bien abrigadito te trasladas a la ciudad soñada y amada y quisieras convertirte en un gigante, de tembladores pasos, de campanas estruendosas, de mirada limpia, de corazón agitado para decirles, que mañana sí y siempre sí, que tienes que ir a votar, arrastrándote por las flaquezas, con chichoneras por los pasos mal medidos, tapándote por las podedumbres; sí porque pasado mañana, alguien te gobernará, y no, no son todos iguales, por los menos los ideales. Han luchado, y se han sometido porque nos guian maquiavélicos seres desde escondrijos de glamour. Nos queda, ese papel, que lleva impresas flaquezas: si, las de sindicatos y políticos; sólo existen esas, no nos interesa reconocer nuestros fallos, engaños, nuestros sometimiento a irracionales poderes. Por la otra cara, rellénalo, de una esperanza consciente por vivir rodeado del otro, que siempre nos va a influir; rellénalo que sepan que nos dominan, nos incitan y después nos ahogan con nuestras pequeñas ilusiones pasajeras que quisieramos eternas, pero que poco a poco, desde rincones lentos de cada día, descubriremos y exportaremos pequeños frasquitos de felicidad con esencias de las cosas pequeñas, de rebelarse contra lo que somos aunque agradezcamos lo que podamos recoger.

Hubiera danzado con Loquillo, hubiera indagado en el CCCB, hubiera entrado en librerias para sumergirme en las palabras, hubiera besado a los seres que allí, entre el calor de la ciudad, me dan el brasero de su corazón.

Llegó el cansancio y el deseo de llegar, convertido ya en lo que uno termina siendo, se redujeron los pasos, los sonidos y la agitación, aunque esta de un soplido y a escondidas transmitió, árbol a árbol, el deseo de no rendirse y agradecer cambios que sin ser pocos, no hicieron tañer campanas

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Siameses y mercader

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Zaida, Fernando y