Hola Jesus, me he quedado helado, has decidido irte, como siempre sin hacerte notar, pero no puedes darte cuenta de la hecatombe que me produce tu ausencia.
Me recogistes en silencio, ofreciéndo tu hombro. Habías sufrido la humillación de los miserables que son capaces de escarbar en la raiz de los árboles más rectos, aunque sus raices de junco tomen alimento de las propias fosas sépticas.
Pero, me enseñastes a amar aún más, a ser maestro. Cuántos paseos para ir a comer. Como habías comprendido la esencia de enseñar. Tenías tan claros los puntos a donde llegar. Tu impaciencia porque tus alumnos no se conformarán, porque quisieran aprender.
Un día me mostraste la carta que te había escrito una alumna. Era un cántico de reconocimiento a tus esfuerzos, a tus anhelos porque los niños quisieran aprender.
Retomo estas líneas, unos meses después. Ha sido un semestre donde me he hecho acompañar por la muerte, en forma de ausencia de familiares, admirados vecinos de la infancia y de esta época. Ahora me enfrento a estas líneas, quisiera atrapar los sentimientos que me produjeron Felipe, Asunción, el señor Juan y tú, pero debo acomodarme a vuestra ausencia y al bien que me produce recordaros y a vuestras enseñanzas.
Ya ha terminado el curso, otro año más, que me gustaría haber llegado mejor a mis alumnos. Nunca podré conformarme, es tan bello sentir a las personas que tienes al lado, y que les puedas o enseñar o aprender con ellos. El reto es nuevo cada año, cada día.
Creía que tendría mil años, para contarte mis ilusiones con el teatro para el próximo curso en el instituto, me habrías ayudado; sentías la naturaleza y la conocías y por ello, buscaré la ayuda de los que la conocen para ayudar a cuidarla y a crecer. Descubrías cada lugar que visitabas, buceabas en la información para enfrentarte con lo visto. Por ello, Jesús, pero, sobre todo porque estuvistes y a la vez, espero haberte acompañado lo suficiente, los trazos de mi camino, los repasan tu compañia
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