sábado, abril 07, 2018

Sin cuentos, a golpes

Llega una mañana cualquiera, apenas te informas de lo que te rodeas. Esta vez te confirman que habrá un descenso en el aporte económico del Ayuntamiento de Guadalajara para el maratón de los cuentos.
Claro, yo no me puedo poner en la piel de las personas mágicas que durante años le han dado a mi ciudad respeto al otro, amor por lo diferente, encuentros con otras culturas, capacidad de ser uno mismo creando mundos, batallas de palabras de cristal que hacían transparente nuestras oscuridades que nos atan para velarlas con horizontes de soles.
Ante esos seres humanos que nos han crecido desde su entrega, que nos han desbocado para ser cotorreicos de nuestra única vida que nos ayudaron esparcir entre estrellas, arco iris, océanos, bosques, desiertos con manantiales de abrazos, les pinzan nerviosos, la perdurabilidad a estos seres que clavan historias con martillos de pueriles beldades con la única trama de eliminar lo no poseido

Tienen la facultad de aplastar los que no tuvieron ningún complejo en ser investidos a pilonazos para desde sus tronos, disfrutar de los privilegios que les dan seres pérfidos en inocencia que no parecen enterarse de lo que les cae encima pero si de abrir ventanas a los estercóreos que les han dado para que ocupen sus cerebros.

Cómo no, entonces, inventarse un cuento de un camarero que repartía hogazas, como su boca, que cogía con sus manos torpes de ira las tenazas para endilgar sus dones que eran entre otros, dar golpes de impotencia por encontrarse sin argumentos para defender sus vasallaje a tantas comidas aseguradas donde se cometían las villanías.

Soñaba, aunque fuera más apropiado concederle sólo la palabra barruntaba, en su barra cúspide, que era mejor mantener los días de horizontes exprimidos por ser bellos y ensalzados, y porque ante el éxtasis de puros habitantes de lo seguro que ofrecen su sangre justa e inocente para siempre ser, a la vez que garrapateados, solidificados en sus flujos para utilizarlos como ariete embanderado.
La cabeza golpeada por la harina sin madre de sus nudillos, clamaba cerebro no porque le fuera brillante, sino porque con él pudiera tejer el vestido transparente para su propia vida. Le dolía el golpe, pero de su ira, atemperada por el tiempo, le salía que era demasiado, que aquel servil dueño contemplaba extasiado los saltos equinados como si en su propio cuento imaginario, sus piernas las pudiera dominar para saltar vallas con las que superará sus empedrados proyectores con futuro de granito, no podía comprender en sus sueños de grandeza que vestía zancos de ordenes ajenas
Acudían manadas, con pensamientos acerados para que les entrará mejor las patinas de los candelabros que les ocupaban atravesados. Y te decías, enfrente a estos seres de siempre el medio extremos, ¿qué?
El compromiso de José Luis Sampedro, que nos vive siempre, y que estos días, del quinto aniversario de su desaparición física, nos nace para el no conformismo, para la no mediocridad, para los cuentos de su real economía social, del corazón, incluso para los que odian a golpes, a mentiras, esparciendo venenos. Nos sobrepasó, para que entendiéramos que esos seres de enfrente están conviviendo con tus actos.
De sus felonias, de encerrar los cuentos en celdas oscuras, mínimas, supurantes, nos sonreímos, porque en aquellos patios del Palacio, ya sin cortesanos, ya habían salido personajes malvados con los que los innumerables oyentes habían tejido abrazos de tantas vidas crecidas por besos de palabras para la convivencia

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