domingo, febrero 11, 2018

Mónica G. Prieto y Maruja Torres, viajes al compromiso con el lector

Me encuentro andando por los caminos que he corrido. La naturaleza me atrapa, la nieve me frota los ojos ante la visión de una atmósfera, ahora pura. Escalada por la parte de atrás de la Peña Hueva, su primera mitad, me vuelvo para descansar del libro "Contarlo para no olvidarlo", de Maruja Torre y Mónica G. Prieto; allí a lo lejos, 60 km. aparecen las cuatro torres, majestuosas, poderosas, con cimientos, enfoscados en hierros de una sociedad comisionada, profundos, para anclarse en las tierras donde seres humanos se van mimentizando para ser tomados como piezas de obsolencia programada. Al otro lado del montículo que me ha partido la realidad, aparecen las antenas que nos han universalizado para nuestro control, teléfonos y televisiones nos hacen universales en sus cercos de ondas.

 Poco a poco, busco lo inmediato, el barranco horadado en sus arcillas dúctiles, el camino directo, de pendientes espartanas, no para recién nacidas, sino para corredores que faltando una semana para su boda lo bajaron buscando liberarse de sus ya próximas ataduras. El barro, me atrapa y la nieve, lucha por mantenerse entre los rayos del sol, poniendo la puerta de un gélido viento de norte que la proteja.

Miro los árboles por vestir, el asentamiento para mimetizarse en un recogido y empinado valle donde los corzos vuelan en su casi ingravided del instante.

Me vuelvo, al libro, pequeño libro, respuesta a mis voluminosos "six minutes in May" de Nicolas Shakespeare, "Enemies and neighbours" Ian Black; no me lo puedo creer lo que Maruja y Mónica me están ofreciendo en este diálogo recogido en mi nuevo tesoro. Había leído a mi maga de cuchillos contra la idiotez, siempre; y a la indómita viajera en su libro junto a Javier Espinosa, tras leer el de Mikel Ayestarán, no hace mucho tiempo. Y aquí, en este pequeño relato, para llevar y ofrecer siempre en  la cartera en mi corazón, encuentro la repuesta que me pedía un pequeño periodista. No, no tienes que hablar al micrófono, ser público; el periodismo es respetar al lector que te quiere leer, viajando a los rincones donde las respuestas no están en los escaparates de las primeras líneas, es renunciar al despacho con líneas a las fábricas de ideología, para buscar sus verdaderos orígenes y esperar sus a veces, eternizadas consecuencias que no serán narradas en la sociedad de lo soluble como verdad eterna caducada.

¿Cuántas veces volveré al libro que besa el dolor de ser consciente de lo que me rodea?

Ante los millonarios pantallazos dedicados a seres iracundos, mercenarios en busca de nuevos botines, capaces de inyectar adyección ante el diferente, desde las excrecencias de las que son suministrados en las charcas inmundas de los bajos fondos del poder, brillan dos mentes dotadas de las agallas que destrozan las concertinas de sociedades, muchas veces machistas, muchas veces adormecidas por un capitalismo que engulle a los seres entregados a un individualismo que les debilita para crearles miedos y odio.

En el tesoro descubierto, por el que casi quedo atrapado en barro, y en sus mil bolsillos de realidades intuidas; hoy bajando al 154, rememoro uno de los que debemos revestirnos para recibir sus agradecimientos a una sociedad civil, que respeta a sus invitados. Las dos fueron reconfortadas, en muchos momentos, por familias árabes, que se renunciaban, para hacer confortables su espacios a Maruja y Mónica, seres en movimiento para buscar y compartir claves a clavos dolorosos de la consciencia en la que debemos vivir cada día, entre una sociedad sofasticada (homenaje a Irene)


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